Esta es la historia de un monasterio que estaba pasando por momentos difíciles. En el pasado había sido una gran orden monástica, pero como resultado de siglos de persecuciones y secularismo, sólo quedaban cinco personas viviendo en el lugar, el abad y cuatro monjes todos mayores de sesenta años. Claramente, era una orden monástica moribunda.
En los hermosos bosques que rodeaban el monasterio, podía verse una cabaña que un rabí de un pueblo vecino solía utilizar para sus retiros. Sabiendo que el rabí estaba allí, el abad fue a visitarlo para pedirle consejo sobre cómo salvar el monasterio.
El rabí le dijo:
- Sé cómo es eso… El espíritu ha desaparecido de las personas… Lo mismo pasa en mi pueblo, nadie viene a la sinagoga.
El rabí y el abad lloraron juntos. Leyeron partes de sus libros sagrados y hablaron de temas profundos. Cuando llegó el momento de partir, se abrazaron largamente.
El abad dijo:
- Este encuentro ha sido maravilloso, pero siento que he fracasado en mi propósito. ¿No hay nada que puedas decirme para salvar a mi moribunda orden?
- No y lo lamento mucho – respondió el rabí. Lo único que puedo decirte es que el Mesías es uno de ustedes.
Cuando al abad regresó al monasterio y comentó las palabras del rabí, nadie sabía que pensar. En los días y meses siguientes, los monjes se preguntaban si en verdad esas palabras tenían algún significado.
¿Uno de nosotros el Mesías? ¿Habrá querido decir uno de los monjes de este monasterio? Si así fuera, ¿cuál? ¿Será el abad? Sí, claro. El abad ha sido nuestro guía durante décadas. Por otra parte, quizás el rabí se refería al hermano Tomás. Ciertamente el hermano Tomás es un hombre santo y todos saben que es un hombre de luz. ¡Sin duda no puede ser el hermano Elías! Es muy cascarrabias pero pensándolo mejor y aunque a veces es como una espina clavada, Elías tiene siempre razón… y mucha. Quizás el rabí sí señaló al hermano Elías. Pero es obvio que no es el hermano Felipe. Es tan pasivo, pasa desapercibido. Pero casi misteriosamente, tiene el don de estar allí, justo cuando más se lo necesita. Quizás Felipe es el Mesías. Por supuesto que el rabí no se estaba refiriendo a mí. Soy una persona común y corriente. Pero, ¿y si el rabí me señaló a mí? ¿Supongamos que soy el Mesías? Dios mío, ¡yo no! ¿Qué podría hacer yo por Dios?
Y con estos pensamientos en sus corazones, los monjes comenzaron a tratarse mutuamente con un extraordinario respeto, uno de ellos era el Mesías. Y cada uno de los monjes también comenzó a tratarse a sí mismo con un extraordinario respeto, quizás fuera el Mesías.
Los bosques que rodeaban el monasterio seguían siendo hermosos, así la gente solía ir a visitarlos para recorrer los senderos, hacer un picnic, incluso para visitar la destruida capilla y meditar. Estas gentes, sin siquiera saberlo concientemente, sentían ese aura de extraordinario respeto que rodeaba a los cinco monjes y que parecía irradiar desde ellos, inundando la atmósfera del lugar. Había algo atractivo, algo que cautivaba a las personas. Sin saber el motivo, regresaban cada vez con mayor frecuencia al monasterio para orar, descansar, charlar. Estas gentes llevaron a sus amigos. Y a los amigos de los amigos.
Un buen día, un joven que solía ir al monasterio para conversar con los monjes, pidió ingresar a la orden. Y luego otro. Y otro más. Poco tiempo después, la orden floreció nuevamente y, gracias al regalo del rabí, se transformó en un centro de luz y espiritualidad del Reino.
“El Regalo Del Rabí” de M. Scott Peck
Para esta temporada en la que celebramos el nacimiento de la santidad en este mundo, el autor del Curso nos invita a tomar una decisión:
Únete a mí que me decidí en favor de la santidad en tu nombre. T-15.III.7.1
El relato que hoy compartimos ilustra claramente que sólo el Cristo en nosotros puede percibir a nuestro hermano correctamente y que al estar dispuestos a ver a nuestros hermanos libres de pecado, Cristo aparece ante nuestros ojos y nos colma de felicidad.
No cabe duda de que estás en lo cierto al considerar a tu hermano el hogar que Cristo ha elegido, pues al hacer eso ejerces tu voluntad junto con la de Cristo y la de Su Padre. T-22.I.11.7
Que las palabras de Jesús guíen nuestra verdadera celebración de Navidad al decirles a cada uno de nuestros hermanos:
Te entrego al Espíritu Santo como parte de mí mismo. Sé que te liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mí mismo. El nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que nos hemos de liberar juntos. T-15.XI.10
Al perdonar a nuestros hermanos, el bebé de Belén renace en nosotros.
¡Feliz Navidad!
Milagros en Red
En los hermosos bosques que rodeaban el monasterio, podía verse una cabaña que un rabí de un pueblo vecino solía utilizar para sus retiros. Sabiendo que el rabí estaba allí, el abad fue a visitarlo para pedirle consejo sobre cómo salvar el monasterio.
El rabí le dijo:
- Sé cómo es eso… El espíritu ha desaparecido de las personas… Lo mismo pasa en mi pueblo, nadie viene a la sinagoga.
El rabí y el abad lloraron juntos. Leyeron partes de sus libros sagrados y hablaron de temas profundos. Cuando llegó el momento de partir, se abrazaron largamente.
El abad dijo:
- Este encuentro ha sido maravilloso, pero siento que he fracasado en mi propósito. ¿No hay nada que puedas decirme para salvar a mi moribunda orden?
- No y lo lamento mucho – respondió el rabí. Lo único que puedo decirte es que el Mesías es uno de ustedes.
Cuando al abad regresó al monasterio y comentó las palabras del rabí, nadie sabía que pensar. En los días y meses siguientes, los monjes se preguntaban si en verdad esas palabras tenían algún significado.
¿Uno de nosotros el Mesías? ¿Habrá querido decir uno de los monjes de este monasterio? Si así fuera, ¿cuál? ¿Será el abad? Sí, claro. El abad ha sido nuestro guía durante décadas. Por otra parte, quizás el rabí se refería al hermano Tomás. Ciertamente el hermano Tomás es un hombre santo y todos saben que es un hombre de luz. ¡Sin duda no puede ser el hermano Elías! Es muy cascarrabias pero pensándolo mejor y aunque a veces es como una espina clavada, Elías tiene siempre razón… y mucha. Quizás el rabí sí señaló al hermano Elías. Pero es obvio que no es el hermano Felipe. Es tan pasivo, pasa desapercibido. Pero casi misteriosamente, tiene el don de estar allí, justo cuando más se lo necesita. Quizás Felipe es el Mesías. Por supuesto que el rabí no se estaba refiriendo a mí. Soy una persona común y corriente. Pero, ¿y si el rabí me señaló a mí? ¿Supongamos que soy el Mesías? Dios mío, ¡yo no! ¿Qué podría hacer yo por Dios?
Y con estos pensamientos en sus corazones, los monjes comenzaron a tratarse mutuamente con un extraordinario respeto, uno de ellos era el Mesías. Y cada uno de los monjes también comenzó a tratarse a sí mismo con un extraordinario respeto, quizás fuera el Mesías.
Los bosques que rodeaban el monasterio seguían siendo hermosos, así la gente solía ir a visitarlos para recorrer los senderos, hacer un picnic, incluso para visitar la destruida capilla y meditar. Estas gentes, sin siquiera saberlo concientemente, sentían ese aura de extraordinario respeto que rodeaba a los cinco monjes y que parecía irradiar desde ellos, inundando la atmósfera del lugar. Había algo atractivo, algo que cautivaba a las personas. Sin saber el motivo, regresaban cada vez con mayor frecuencia al monasterio para orar, descansar, charlar. Estas gentes llevaron a sus amigos. Y a los amigos de los amigos.
Un buen día, un joven que solía ir al monasterio para conversar con los monjes, pidió ingresar a la orden. Y luego otro. Y otro más. Poco tiempo después, la orden floreció nuevamente y, gracias al regalo del rabí, se transformó en un centro de luz y espiritualidad del Reino.
“El Regalo Del Rabí” de M. Scott Peck
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Únete a mí que me decidí en favor de la santidad en tu nombre. T-15.III.7.1
El relato que hoy compartimos ilustra claramente que sólo el Cristo en nosotros puede percibir a nuestro hermano correctamente y que al estar dispuestos a ver a nuestros hermanos libres de pecado, Cristo aparece ante nuestros ojos y nos colma de felicidad.
No cabe duda de que estás en lo cierto al considerar a tu hermano el hogar que Cristo ha elegido, pues al hacer eso ejerces tu voluntad junto con la de Cristo y la de Su Padre. T-22.I.11.7
Que las palabras de Jesús guíen nuestra verdadera celebración de Navidad al decirles a cada uno de nuestros hermanos:
Te entrego al Espíritu Santo como parte de mí mismo. Sé que te liberarás, a menos que quiera valerme de ti para aprisionarme a mí mismo. El nombre de mi libertad elijo tu liberación porque reconozco que nos hemos de liberar juntos. T-15.XI.10
Al perdonar a nuestros hermanos, el bebé de Belén renace en nosotros.
¡Feliz Navidad!
Milagros en Red
1 comentario:
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